CUENTOS DE TERROR
EL DEMONIO DEL SOTANO
Extraño mucho a mi abuelita, que murió hace un año. Por eso me gusta ir a su casa. Esta cerrada y en venta, pero hay
una ventana rota, ¡y mi gato Pipo y yo podemos entrar cuando sea sin que nadie lo sepa! Yo me llamo igual que ella, Lucrecia,
y hasta dicen que me parezco mucho. Ese día fui a su casa y entré por la ventana. Pipo me acompañó.
-¿sabes que vamos a hacer, Pipo? Vamos a ir al sótano –le
dije-. A ver si encontramos una foto de mi abuelita cuando era chiquita guardada en los baúles.
Hacia mucho que nadie bajaba al sótano de esa casa. La puerta
estaba en la cocina y parecía trabada. En cuanto me acerque a ella, Pipo se erizó y lanzó un extraño maullido de miedo.
Me costó trabajo, pero al fin logré abrir la puerta.
-Vamos, Pipo- dije, y empecé a bajar las estrechas escaleras.
Mi gato no quería seguirme, pero no iba a dejarme así, es
mi amigo. Así que con miedo y todo, bajó con cautela. ¿Pero miedo a qué? Pronto lo averiguaría. La luz de la tarde se filtraba
por algunas ventanitas de sótano, y gracias a eso pude encontrar los baúles. Yo sabía que no tenia llave así que abrí uno,
en el que había vestidos viejos de la abuela, su rosario y una antigua foto de ella, muy amarilla, de cuando era niña. Si,
nos parecíamos mucho.-¡Miauuu! Grrrrrrrr. Pipo estaba erizado otra vez. Pero ahora tenía arrugado el hocico mostrando sus
pequeños colmillos, y gruñía. La luz daba sobre el banco de madera como si fuera un reflector. Y ahí, comenzó a aparecer una
figura.Tenía cuernos y solo podía ver sus brillantes ojos verdes. Con una expresión de maldad. Tenía el cuerpo de una cabra
con patas, pesuñas y cola. Yo me hice chiquita y abrasé a Pipo para que se callara. Era un demonio. Comenzó a caminar. Sus
pesuñas resonaban en el piso de cemento. Se estaba acercando a mí pero no me había visto. Me escondí lo mejor que pude, abrasando
al gato, que se había quedado muy quieto. El demonio aquel se rió.
-se que estas
ahí Lucrecia- dijo con voz ronca-
De pronto, Pipo se zafó y saltó sobre el demonio. El demonio
se revolvió y atrapó al gato, aventándolo después.
Pipo cayó al suelo con un largo maullido de dolor, y se quedó
inmóvil. Una garra se posó en mi hombro y me quemó. Yo traté de zafarme, pero el demonio me levantó como si yo no pesara.
-Lucrecia- dijo, con su voz ronca-. Vas a conocer el infierno.
-¡abue, ayúdame!-grité-.
El rosario salió volando del cofre abierto y se enredó en
el cuello del demonio, que me soltó. Mientras mas quitaba de quitarse el rosario, más se le enredaba. Comenzó a salir humo
y el demonio maldijo y se contorsión. De pronto, desapareció. Todo lo que quedó fue el rosario sobre el montón de cenizas
amarillas Pipo maulló débilmente y lo tomé entre mis brazos.
-gracias, abue- dije bajito. Y luego cerré para siempre la
puerta de aquel sótano.
EL ESPIRITU DEL CEMENTERIO
En
las vacaciones pasadas mi familia y yo fuimos a una cabaña cerca de un pueblo muy tranquilo, ahí había varios chicos de nuestra
edad y una tarde nos quedamos a jugar juntos. Ellos nos contaron que desde hacia muchos años el espíritu de un niño golpeaba
a los niños al caer la noche, nosotros no le creímos y los convencimos de quedarse unas hora más.
Todos
comenzamos a jugar escondidillas y Fer, uno de mis hermanos, se cayó sobre otra niña, ella se molesto pero Fer le explicó
que alguien lo había empujado. Todos nos reunimos y llegamos a la conclusión de que era el espíritu del niño, así que nos
fuimos juntos a la tienda del pueblo para no estar solos en el campo. El dueño de la tienda nos dijo que era el espíritu de
Pedro, un niño que murió hace varios años. Una noche los amigos de Pedro le jugaron una broma y lo dejaron solo en el cementerio,
mientras jugaban escondidillas. Después de un rato, los demás chicos escucharon unos gritos horribles y regresaron al cementerio,
pero no encontraron a Pedro.
Desde ese día, todos los niños a quienes los dejaban solos recibían golpes y arañazos en la noche y, aunque nadie les
creyó, estaban seguros de que era Pedro vengándose; con el tiempo todos se fueron del pueblo porque no soportaban el miedo.
Tras escuchar el relato, los niños salieron de la tienda corriendo, pero cuando iban a media calle, uno se cayó, otro recibió
un golpe en el estomago y uno más una bofetada; nosotros gritábamos pidiendo ayuda, muy asustados, pues no sabíamos que pasaba.
Por suerte los papás de los niños ya habían salido a buscarlos y, de repente, dejaron de recibir golpe. Mi papá se acercó
con su auto para recogernos y los papás de los otros chicos le pidieron que nunca nos dejara solos al anochecer, porque Pedro
podría encontrarnos y no volveríamos nunca.
Desde
ese día no jugamos tras el atardecer y por supuesto, no regresamos a ese pueblo extraño.
SOMBRAS DE LA NOCHE
Este
día fue martes 13. Quería aprovechar que mis papás habían salido a cenar así que me eché completitas dos películas horribles.
Por fin, como a las dos de la mañana, me fui a acostar. La verdad sí estaba asustado, pero me quedé dormido. De pronto, una
voz me despertó. Era un susurro que soplaba en mi oído, y no logré entender lo que decía. Mi curiosidad venció al miedo que
sentía, así que abrí los ojos y vi una gran sombra que
flotaba sobre mi cama. Lentamente, descubrí mi cabeza a la
altura de mis ojos, aunque no veía nada, sabía que la sombra seguía ahí. El susurro se hizo cada vez más fuerte, y por fin
pude entender lo que me decía. Me llamaba por mi nombre, y me decía que no estaba solo. “Te estamos vigilando...”,
me dijo, y siguió diciendo mi nombre. Decidí enfrentarlo, fuera lo que fuera. Quise decirle que saliera de mi cuarto y dejara
de molestarme.
Pero al buscar ahí, en la oscuridad, noté una gran sombra
detrás de la puerta, sin nada que la generara.
-¿Quién esta ahí?-pregunté.
-Querrás decir “que” está ahí.
-¿Qué quiere? ¡Déjeme en paz!
-Sólo hemos venido a advertirte. Estamos aquí para vigilarte
hasta que estés listo...
-¿“Estamos”? ¿Quiénes?
-No trates de encontrarnos porque tus ojos no podrán vernos.
No somos de este mundo.
Sin importar lo que la voz me decía, recorrí con la mirada
todos los rincones del cuarto.
Había algo distinto, sombras que nunca vi, una figura oscura detrás de la cortina, una más sobre la lámpara, otra entre
las puertas del armario. Poco a poco avanzaron hacia mí, flotando. Volví a taparme con las cobijas, y sentí un remolino sobre
mí. Comencé a sentir como si flotara, como si el dueño de esa voz me jalara con unos hilos invisibles. Un escalofrío me recorrió
por dentro, desde los dedos de los pies hasta la cabeza. La voz siguió diciendo mi nombre y unas frases en otro idioma que
no comprendía. Las manos me sudaban, y me temblaban las piernas. Nunca había sentido algo parecido. Aunque tenía miedo, me
quedé dormido sin darme cuenta, y desperté al mañana siguiente, bañado en sudor. Como todos los días, me desperté directo
al baño. Pero al pasar frente al espejo noté algo distinto: estaba empañado justo en los puntos dónde vi las sombras en la
noche. Lo tallé para limpiarlo, pero apareció la frase: “te estamos vigilando”. Desde esa noche, cada día 13 aparece
un sombra nueva en mi cuarto... y yo sigo esperando a que vengan por mí.
EL CUARTO DE JUEGOS
-¿Quieren
conocer el cuarto de juegos? Es de cuando éramos chiquitas, como ustedes.
Mi amiga Itzel y yo nos mirábamos. Habíamos ido con mi mamá
a visitar a las señoritas Navarrete, las vecinas que viven en la casa de enfrente. Nos dijeron que subiéramos al cuarto de
juegos. Doña Marieta abrió la puerta y su hermana, doña Márgara, soltó un largo suspiro y un tono nostálgico dijo:
-“¡Hace tantos años que no entrábamos aquí!”.
El cuarto era padrísimo. Había unos silloncitos, y sentadas en ellos había unas muñecas de porcelana que tenían largos
cabellos rizados, y preciosos vestidos de encaje de esos que usaban las niñas allá por principios del siglo pasado. Había
una mesita con una vajillita de porcelana, un pequeño columpio para las muñecas, una cuna con todo y su tul, además de una
carreola para pasearlas. Las tres señoras salieron y cerraron la puerta. Comenzamos a jugar con las tacitas y los cubiertos.
De pronto, el cuarto se enfrió, como si un viento helado se colara de alguna parte. Itzel miró y señaló algo...
Volteé hacia donde apuntaba. La muñeca que estaba en el silloncito
detrás de mí, había desaparecido. Se había cambiado de sitio junto a otra muñeca. Entonces, escuchamos un ruido. Volteamos
rápido y vimos que el pequeño columpio, que estaba vacío, había empezado a moverse y rechinaba.
-¿Quién lo está moviendo?- preguntó Itzel.
Yo iba a contestar que no sabía, cuando de repente sentí
un movimiento atrás de mí. Miré hacia el suelo. Una muñeca estaba parada a mi lado, con el bracito levantado. Itzel y yo a
la puerta y tratamos de abrirla, pero no pudimos. Entonces, sucedió algo tremendo...
Las muñecas comenzaron a llorar, con chillidos que nos pusieron los cabellos de punta.
Les salían lágrimas y sus caritas estaban fruncidas. El columpio se mecía con fuerza.
La cuna comenzó a moverse también, y la carreola se puso a dar vueltas por toda la habitación. Itzel y yo nos volteamos
y comenzamos a golpear la puerta con todas nuestras fuerzas. La puerta se abrió
de un empujón. Ahí estaba mi mamá, doña Marga y doña Marieta.
-¿Qué las pasa, niñas?- dijo mi mamá.Las muñecas se habían
callado. Mi amiga y yo volteamos. Todo estaba en su lugar.
-doña Marieta, ¿ustedes jugaban en este cuarto?- pregunté.
-Sí, pero quién más estaba aquí era nuestra hermanita, Lotaria.
Era egoísta, nunca querí prestarnos sus juguetes.
-¿Y dónde está Lotaria?
-Desapareció cuando tenía tu edad. Creo que ni Itzel ni yo vamos a regresar al cuarto de Lotaria. ¿Es un fantasma o...todavía está viva?.
LA OUIJA
La encontraron tirada bajo la hierba, semienterrada en un baldío cerca de sus casas. Toño la halló, y al principio
el y sus amigos Nacho y Juancho no sabían que era pero Malú, la hermana de Toño les explicó lo que significa esa tabla llena
de letras y números, junto a la cuál habían encontrado también un triángulo de madera.
-Es la tabla de la guija- explicó Malú,
-¡Hay que llevarla a casa a ver si podemos llamar a los espíritus!-
propuso Juancho.
-A mí se me hace que jugar con los espíritus es peligroso,
¿no?- dijo Nacho. Pero nadie le hizo caso. ¡Ojalá le hubieran hecho caso!
Poco después, los cuatro amigos estaban en casa de Juancho. Malú y Toño pusieron la guija y el triangulo entre ellos, y se concentraron.
-¡Espíritu!- dijo Malú en voz alta -. ¿Como te llamas?
Al
principio no pasó nada, pero de pronto, el triangulo comenzó a moverse lentamente por la tabla, señalando letras. La respuesta
fue: “Soy Armus, libérenme.
-¿Estas prisionero?- pregunto Malú.
Ahora, el triángulo se movió rápidamente: “Sí. Y me
estoy quemando. ¿Quieres que sea libre?”
-¿Por qué te estás quemando?- preguntó Nacho.
-Porque estoy en el infierno. Soy un diablo... –señaló
el triángulo sobre la tabla.
Los cuatro amigos se miraron. Entonces, el triángulo salió de la tabla y fue a estrellarse al techo. Al mismo tiempo,
los objetos que había en la habitación comenzaron a volar para todos lados. Y pudieron escuchar una carcajada que les pusieron
los pelos de punta. ¡Habían liberado a un demonio con la guija!
-¡Rápido, que alguien agarre el triángulo!- gritó Malú, sujetando
la tabla junto con los demás mientras Nacho se abalanza sobre el triángulo que había caído en cuanto lo hizo, todo se calmó.
Los objetos se estrellaron contra el suelo. Malú y los demás salieron de la casa. Luego lanzaron la tabla y el triángulo al
baldío. A la mañana siguiente vieron que el baldío se había quemado durante la noche y solo se había apagado. Ahí, entre cenizas,
la guija medio quemada, y vieron que el triángulo se movía lentamente y decía:
-“Soy Armus, libérenme.
LA CASA AL FINAL DE CALLE
El abuelo siempre nos contaba historias de la
casa embrujada, esa mansión al final de la calle donde él vivió desde pequeño. Mis primos y yo creíamos que exageraba, y un
día decidimos poner a prueba la leyenda...
Era una tarde lluviosa y fría, así que nos pusimos unos impermeables.
Sugerí que lleváramos una linterna, por si estaba oscuro dentro de la casa, y mi primo Pancho quiso llevar unas pinzas para
recoger cualquier tipo de evidencia. A Alex no le gustaba mucho eso de entrar a una casa embrujada, el prefería quedarse afuera,
así que empacó un par de radios para que Pancho y yo le contáramos todo. Al llegar frente a la mansión, se me puso la piel
chinita. Alex sacó la radio de la mochila que llevábamos. Pancho y yo volteamos a vernos para darnos valor, y entramos a la
casa. Parecía una casona cualquiera, abandonada desde hacía años, con las cortinas desgarradas, los cristales rotos y muebles
roídos.
Después de recorrer toda el área de la entrada, llegamos a un pasillo donde
notamos una luz muy intensa, que venía del cuarto del fondo.
Entramos ahí, y vimos un muro totalmente tapizado de retratos. Hombres y
mujeres de todas las edades estaban ahí, muy pálidos...
Los fuimos revisando, uno a uno, mientras se los describíamos a Alex por
la radio:
-¡Ninguno de ellos sonríe!,
dijo Pancho.
De pronto, Pancho se quedó sin habla. En uno de los retratos estaba Xavier,
el viejo amigo del abuelo que él nos había enseñado en otras fotos.
Enseguida tomé la radio
para contarle a Alex lo que veíamos, pero no contestó. Había pura interferencia, y la luz en el cuarto se hizo más y más intensa...
Era tan blanca, que sentí que me quedaba ciego, así que cerré los ojos. No quise siquiera averiguar si Pancho los cerró. Me
tiré al suelo con las dos manos cubriéndome el rostro, mientras sentía que la luz me atravesaba.. Y grité...
Abrí los ojos cuando Pancho me movió para que despertara. De inmediato
pensé en Alex, y tomé la radio para llamarlo de nuevo. Pancho se había puesto de pié y estaba mirando los retratos. No podía
ni hablar. Un escalofrío me recorrió por dentro, y Pancho me jaló de suéter para que viera algo... Ahí, frente a nosotros,
la madera de la pared empezó a crujir, y vimos aparecer un retrato más. Era un chico asustado, con rostro pálido, y sin sonreír.
Era el retrato de Alex, nuestro primo. Y nunca más volvimos a saber de él.
EL BARCO DE LOS ESPECTROS
Es un viejo galeón, de muchos siglos de antigüedad, con el maderamen
corroído y lleno de manchas, que dicen son de sangre. Sus velas semidestrozadas y sucias, ondean bajo los efectos de un viento
fantasmal, que lo empuja por todos los mares del mundo. Su tripulación... son espectros, almas en pena de antiguos condenados
a muerte por haber cometido crímenes horribles. Sus cuerpos se ven descarnados, sin ojos, pero dicen que pueden ver a través
de las grandes cuencas de sus calaveras. ¿Quién los puso ahí? Un pueblo asustado que quiso deshacerse de ellos y los mandó
al mar cuando todavía estaban vivos. Uno a uno fueron muriendo y convirtiéndose en espantajos... condenados a vagar por los
océanos. Pero a veces... sólo a veces... se aproximan a las costas para atrapar niños y niñas, que los ayuden a navegar...
y si te capturan, te convertirás en uno de ellos también, y te quedarás en ese barco maldito por toda la eternidad...
Yo pensaba
en esa vieja leyenda aquella noche en la playa. Estaba con mis amigos haciendo una fogata y decidí contárselas. Se me olvidó
lo que decían de que cuando uno relataba la historia del barco de los espectros... este podía aparecer de repente.
Pero... ¿quién cree en esas tonterías? Todos me escuchaban
atentos, abriendo grandes ojos asustados. Y de pronto apareció el barco de los espectros. Venían por nosotros. Salimos corriendo
para ocultarnos entre las piedras que había en la playa. Los espectros estaban desembarcando. Se repartieron en la playa,
buscándonos. Uno llegó hasta donde estaba yo escondido y se sentó en una de las rocas. Sacó una vieja pipa y la encendió.
El humo de ésta se me metió en la nariz. Y me dieron unas ganas espantosas de estornudar. Pero no podía hacerlo porque me
descubri... -¡Achú!-
¡El estornudo se me escapó! Una manos descarnada
me agarró por el cuello y el espectro me levantó con una fuerza increíble, arrastrándome por la playa mientras varios espectros
traían a muchos de mis amigos. Iban a subirnos al barco maldito. Al llegar a la orilla del mar, me agarré de una cuerda del
barco y la solté. El viento me ayudó, porque el barco comenzó a alejarse. Y los espectros nos soltaron y se subieron a sus
lanchas con las cuales habían llegado a la costa. Remaron desesperadamente para alcanzar su barco, porque tenían que seguir
cumpliendo su condena y no lo podían hacer sin su barco maldito. Mis amigos y yo volvimos a casa. Al día siguiente, creíamos
que nos lo habíamos imaginado. Quizá nuestras mentes asustadas lo habían creado todo... Así pensábamos. Hasta que volvimos
a la playa por la tarde y encontramos, tirada en la arena, una vieja pipa...